viernes, 10 de diciembre de 2010

UN RECITAL DE CARLOS MONTERO

El viernes 5 de noviembre Carlos Montero dio un recital de tango en La campana de los perdidos, un local zaragozano de nombre sugerente y aire bohemio. En el sótano, con aspecto de cueva antigua, pero cálidamente iluminada y limpia, el mejor rincón lo ocupa una tarima ligeramente elevada, a modo de escenario, en la que caben poco más que una silla y un micrófono. Los asistentes nos apretamos en el reducido espacio del local, lo que le daba al acto un aire casi de reunión de familia. Como llegamos de los primeros pudimos elegir sitio y nos instalamos en una mesa junto al escenario, a metro y medio del cantante.
Carlos Montero nos hizo disfrutar intensamente. Sin ningún tipo de escenografía ni vestuario especial, solo, sentado y acompañándose a sí mismo a la guitarra personificaba la esencia de la canción. Su tango no es para bailar, evidentemente, sino para saborear las letras, que interpreta con un gusto y una expresividad exquisitos. Tiene una voz cálida y canta como si estuviera hablando, sin levantar la voz, sin alardes, preocupado sólo por expresar convincentemente, con sobriedad, sin sobreactuaciones, lo que dice el tango. La guitarra le hace una magnífica segunda voz, acentuando unas frases con sus acordes y subrayando otras con sus silencios. Una forma de cantar intimista, que conecta muy fácilmente con el público.
Da la sensación de que elige los tangos por sus letras; se trata siempre de auténticos poemas, en los que destaca más el mensaje que la perfección formal o la brillantez de las metáforas. Enrique Santos Discépolo, entre los clásicos, y Eladia Blázquez, entre los modernos, fueron los autores más evocados por el cantante, que iba diciendo con el tono justo las frases (irónicas, terribles o tiernas) que los poetas pusieron sobre el papel para que otros las interpretaran; no creo que tuvieran ninguna queja de la manera en que lo hizo Carlos Montero, sino todo lo contrario.
La comunidad milonguera de Zaragoza estuvo muy pobremente representada en el recital; apenas cinco personas. Por una parte me extrañó, pero por otra no: a los milongueros les cuesta mucho estar quietos cuando suena un tango; su impulso, casi irresistible, es bailarlo, o sea, interpretarlo con los pies. Pero para bailar lo que va bien es un conjunto instrumental (desde el sexteto hasta la llamada orquesta típica) que marque bien el ritmo de la música; si el conjunto incorpora un cantante, éste debe comportarse como un instrumento más, supeditando la interpretación de la letra al ritmo orquestal. El tango canción es otra cosa, como puso de relieve en su tiempo el propio Carlos Gardel, cuya música nunca se programa en las milongas.
Ojalá haya más recitales como el de Carlos Montero, porque los cantantes como él son los que mejor permiten saborear las letras y reflexionar sobre los mensajes que nos dejaron los grandes poetas del tango.