viernes, 20 de mayo de 2011

CARTA A UNA MILONGUERA PROVOCADORA

Querida milonguera:
Tienes algo de provocadora: con frecuencia he notado que cuando paso bailando a tu lado y cuando empieza una tanda me miras de frente, sosteniendo la mirada, como diciendo: “invítame a bailar”.
Bailando eres un desastre: tu abrazo llega a ser asfixiante, no alargas las piernas al caminar, no terminas de encontrar tu eje, te adelantas, en vez de esperarme, no me das la mano, sino que te apoyas en ella, buscando en mí un soporte que no debería hacerte falta. Por ello me dejas poco espacio para moverme, me cargas con un peso que no me corresponde y me siento incómodo, en equilibrio inestable.
Acepté tu provocación la primera vez y luego, ya conociendo tu forma de bailar, he reincidido unas cuantas más. Siempre me he arrepentido en el primer tango. Pero el arrepentimiento hay que tragárselo y terminar la tanda; dejar plantada a una mujer en la pista es una descortesía que ninguna me puede echar en cara.
En una ocasión, en mitad de la tanda, cuando ya había vuelto a arrepentirme de bailar contigo, un impulso me hizo reaccionar de una forma diferente: en vez de proponer el movimiento con suavidad, te abracé con fuerza y me puse a mandar con energía, incluso con cierta rabia, como si te estuviera diciendo: “ahora caminamos al ritmo que yo digo y tú me sigues sin rechistar; ahora haces un ocho porque yo lo mando; ahora te estás quieta hasta que yo diga que continuamos”. Y, sorprendentemente para mí, es eso lo que empezaste a hacer, seguirme dócilmente. El resultado es que la segunda parte de la tanda fue mucho mejor que la primera, al menos para mí, aunque sospecho que también para ti.
No soy ese tipo de hombre mandón, que quiere decidir siempre y ser obedecido sin objeciones. Pero reconozco que me sentí muy bien interpretando ese papel en ese momento. El tango -¿como la vida misma?- a veces nos pone en situaciones que nos permiten jugar roles distintos de los que habitualmente desempeñamos y, gracias a ello, nos da la oportunidad de experimentamos de otra manera.
Te agradezco que provocaras esa oportunidad, aunque fuera involuntariamente.
Y te seguiré invitando a bailar, pero espero sinceramente que mejore tu estilo.