lunes, 21 de enero de 2013

CARTA A UNA MILONGUERA PRINCIPIANTE


Querida milonguera:

En la asociación de Amigos del Tango El Garage normalmente los principiantes se sienten bien acogidos. Son muchos los socios veteranos (hombres y mujeres) que los invitan a bailar y aceptan ser invitados por ellos. Se podría decir que es una cuestión de justicia: hacemos lo mismo que otros hicieron con nosotros, sin cuya ayuda no habríamos aprendido a bailar como lo hacemos ahora. Pero yo añadiría que se trata también de una cuestión de interés: a lo largo de mis años de bailarín he compartido muchas tandas con bailarinas principiantes y bastantes de ellas han sido experiencias poco gratas (algo escribí sobre esto en la entrada del 20 de mayo de 2011); pero muchas de esas principiantes son ahora excelentes bailarinas con las que coincido en las milongas y con las que bailo habitualmente, experimentando hermosas sensaciones (algunas las he contado en las entradas del 31 de julio de 2010, 15 de septiembre de 2010 y 10 de mayo de 2012).

Cuando apareciste por las milongas de la asociación tenías casi todos los defectos de las principiantes: abrazabas con distancia, ligeramente inclinada hacia atrás; tu brazo derecho, rígido, ponía en tensión mi brazo izquierdo, presionando tu mano sobre la mía hacia abajo y hacia atrás; retrocedías con paso muy corto, sin dejar espacio para caminar. Todo muy comprensible: no estamos acostumbrados a caminar hacia atrás (y eso es lo que os toca hacer a vosotras) ni a abrazarnos a personas que acabamos de conocer (“distancias y respetos” aconseja una máxima de la sabiduría popular). Pero, mal abrazado, el brazo tensionado y con poco espacio, no es fácil bailar ni llevar a la compañera de baile, porque no funcionan bien los engranajes de transmisión del movimiento; hay que esforzarse para hacerse entender y no siempre se consigue. Otro defecto de las bailarinas principiantes, que también tenías tú, es que cuando no entienden bien qué les está sugiriendo el compañero de baile se ponen muy nerviosas y empiezan a hacer movimientos improvisados o compulsivos, probablemente con la esperanza de acertar en uno de ellos, lo cual es imposible. Te notaba tanto nerviosismo y tanta tensión al bailar que pensé que no podrías soportarlo e ibas a dejarlo enseguida.

Pero ha pasado el tiempo y tu forma de bailar ha cambiado sensiblemente; se te nota más relajada y más segura de ti misma; también más receptiva. Ha mejorado tu técnica (la postura, la forma de moverte) y tus reflejos. Me alegro por mí, porque ahora bailar contigo es mucho más agradable. Pero sobre todo me alegro por ti: diría que ya has empezado a disfrutar con el tango y, además, apostaría a que te sientes mejor contigo misma; eso ayuda a vivir más feliz y a afrontar mejor los retos que la vida nos plantea. No lo dejes.