domingo, 10 de marzo de 2024

 

UN TANGO DE AMOR, PERDÓN Y REENCUENTRO: Porque regresas tú

 

La tanda dedicada a la que me referí en mi entrada anterior terminó con un bello tango de amor, perdón y reencuentro: “Porque regresas tú”. Su letra y música son de Andrés Falgás, también cantante, que lo grabó en 1956, seguramente el mismo año en que lo compuso. “Destino de flor” es posterior: aunque no conozco la fecha exacta probablemente fuera compuesto en 1957, el año en que el propio compositor de la música, Roberto Rufino -que además era un magnífico cantante- lo grabó con la orquesta de Franzini.

 No obstante, el análisis de las letras y mi fantasía me llevan a verlos en orden inverso, como si “Porque regresas tú” fuera el final feliz de “Destino de flor”.

 

PORQUE REGRESAS TÚ

 

Música y letra: Andrés Falgás

 

¡Qué dulce despertar!

Te estoy mirando

y no lo creen mis ojos.

Después que tu querer

creí perder,

es un milagro adorarte,

volver a besarte

hoy, igual que ayer.

Quiero tenerte así,

así, mi bien,

y amarte con toda mi alma.

Quiero tenerte así,

juntito a mí,

sintiendo tu corazón.

 

Hoy el sol

con su esplendor volvió otra vez

para alumbrar mi vida gris

porque regresas tú.

Mira allí,

Allí, junto al portón, ¿lo ves?

Brotó un clavel punzó, tal vez

porque regresas tú.

 

¡Qué dulce es comprender

que tu querer

fuera tan puro y tan santo!

Y hoy en mi corazón,

con emoción,

guardo el perdón que le has dado,

porque has olvidado hoy

todo rencor.

Un día llegará,

ya lo verás

que no he mentido al besarte.

No en vano te esperé

para saber

cómo se sufre de amor

 

Pueden escuchar el tango aquí

La letra está escrita en un lenguaje sencillo, claro y directo; apenas necesita comentario. Él despierta dulcemente junto a ella, tras haber pasado la noche juntos, después de que ella haya vuelto. Él le manifiesta con emoción todo su amor por su regreso y por su perdón sin rencor.

En el estribillo aparecen dos metáforas bastante sencillas: la vuelta de ella ha traído consigo que el sol brille para él de nuevo y que haya brotado un clavel punzó (de un color rojo muy vivo; podríamos decir un rojo pasión, como la suya). Los sentimientos personales se proyectan sobre la naturaleza.

La sencillez de la letra está muy bien acompañada por el arreglo musical de la orquesta de Carlos di Sarli: ritmo lento, pero firme, cierta languidez del cantante Roberto Florio (como cuando uno se acaba de despertar), suaves ondulaciones de violines; una buena muestra de la elegancia de Di Sarli.

¿Por qué se me ha pasado por la cabeza que este tango podría ser el final feliz de “Destino de flor”? Porque este se refiere al destino de las flores cortadas, que no es otro que perfumar y morir. Pero la flor en la planta tiene un destino distinto: es el órgano reproductor, de manera que, cuando es fecundada, se convierte en fruto, cuyo interior alberga una semilla, de la que, si todo va bien, nacerá una nueva planta. Mi fantasía me ha llevado a pensar que la victoria sobre el alcohol del protagonista de “Destino de flor” podría haber tenido como fruto el perdón y el regreso de su novia, como le ocurre al protagonista de “Porque regresas tú”.

Admirada musicalizadora, querida amiga: te dedico este comentario, inspirado por tu sensibilidad y sabiduría a la hora de preparar bellas tandas.

domingo, 25 de febrero de 2024

 UN TANGO TRÁGICO: Destino de flor

 

En una milonga reciente, al pasar junto a su mesa, la musicalizadora me llamó y me dijo que me dedicaba la siguiente tanda. Sorprendido, le agradecí el detalle y, expectante, esperé a que acabara la cortina. Reconocí enseguida la vibrante entrada de los violines de la orquesta de Carlos Di Sarli en el tango “Destino de flor”; busqué con la mirada una bailarina, que aceptó mi invitación, y disfruté de la tanda.

La letra del tango siempre me había parecido misteriosa, pero, fascinado por la música, no le había prestado nunca demasiada atención. Acabó la milonga y en las horas siguientes el tango no se me iba de la cabeza, por lo que decidí escucharlo de nuevo atentamente, fijándome especialmente en la letra. Y esto es lo que me sugiere.

 

DESTINO DE FLOR

 

Música: Roberto Rufino

Letra: Alejandro Romay

 

En la tarde gris del sinsabor
te vi partir, sufrida y buena,
y en aquel instante comprendí
todo el horror de tu condena, 
vida; 
yo no sé en qué abismo me perdí
para vivir así.

Pena de sentir lo que vale tu amor;
tarde, cuando el vicio de mí te alejó;
llanto, que es un canto por ti,
con destino de flor: perfumar y morir.

Novia mía, se retira vencido el alcohol.
Oye la plegaria de mi corazón.
Mira: hoy la tarde es feliz
y el cielo se desangra por ti.

 

Pueden escuchar el tango aquí

El tema parece bastante sencillo: un alcohólico rehabilitado recuerda el daño que, por su adicción, le hizo a su novia y se lamenta de haberla perdido para siempre. Pero la manera en que se desarrolla el tema le da al tango un aire trágico. El poeta, con una estructura narrativa no lineal y con algunas metáforas brillantes, crea una atmósfera onírica y misteriosa, que la lenta melodía de la música acompaña y el arreglo orquestal de Di Sarli acentúa hasta provocar una profunda emoción.

En la primera estrofa el protagonista nos cuenta la partida de ella -en la tercera estrofa nos dice que es su novia- no con palabras de reproche, sino de contrición: ella era buena, pero sufrió mucho, hasta el punto de que su vida con él fue una horrible condena.

El motivo del abandono se va desvelando poco a poco, fiel reflejo de lo duro que es confesar aquello que nos avergüenza: en la primera estrofa nos habla del abismo en que se perdió, en la segunda del vicio que la alejó de él y en la tercera, por fin, le pone el nombre preciso y certero, el alcohol; pero solo lo menciona para decir que ya lo ha vencido, que ya está rehabilitado. Se van intercalando versos, precedidos de palabras de dos sílabas -pena, tarde, llanto- que reflejan sus sentimientos de dolor, ausencia y culpa.

El poema empieza y termina con la metáfora de la tarde: al principio es gris, mientras que al final es una hermosa puesta de sol de cielo enrojecido. El poeta proyecta sus sentimientos en la tarde: la primera se asocia al sinsabor, a la pesadumbre; la segunda a la felicidad, que en realidad es el alivio de haber vencido la adicción, no la plenitud vital, porque su corazón sufre -se desangra, como el cielo rojo- por haber perdido un amor tan valioso. 

El carácter trágico que le atribuyo al poema me fue sugerido por el propio título: el destino es el telón de fondo de la tragedia clásica. El protagonista del tango es un personaje trágico, juguete del destino: ha luchado y vencido, pero no ha podido recuperar a su novia; solo le queda el llanto.

El llanto se sublima en forma de canto, de plegaria del corazón, pero ese canto tiene el mismo destino que las flores cortadas que adornan los salones, los ramos de novia y las coronas de los muertos: perfumar y morir.

La orquesta de Di Sarli marca bien el ritmo, con el contrabajo y el piano invitando a bailar a tierra. Mientras, los violines -reforzados por los bandoneones, siempre en segundo plano, pero presentes- parece que vuelan, persiguiéndose unos a otros al dibujar sus melodías. El resultado es una atmósfera onírica, que parece la sublimación del aturdimiento producido por el alcohol y que refuerza el misterio de la letra y el carácter trágico del tango.

Admirada musicalizadora, querida amiga: te dedico este comentario.

martes, 19 de septiembre de 2017

CARTA A UNA PROFESORA DE TANGO


Querida profesora:

Tengo observado que en las milongas con exhibición programadas en el contexto de los cursos de tango impartidos por parejas de profesores visitantes, siempre hay alumnos (y no alumnos) que invitan a bailar a las profesoras. Trato de ponerme en vuestro lugar: os desplazáis unos pocos días a una ciudad que no es la vuestra, os alojáis en un hotel que no es vuestra casa, os pasáis varias horas trabajando, dando clase, y hacéis una exhibición de 15-20 minutos en los que os empleáis a fondo, física y mentalmente. Y después de todo eso, cuando lo que seguramente os apetece es iros a descansar, se presenta delante de vuestra mesa un aficionado, que baila mucho peor que vuestro compañero, y os invita a bailar una tanda; no creo que para vosotras, hablando en general (siempre habrá excepciones), sea una experiencia muy apetecible. Raras veces he pretendido bailar con una profesora; además de ponerme en vuestro lugar, siempre he tenido temor de no estar a la altura.

Me gustó mucho el curso de tango que disteis, con la musicalidad como punto central. Vuestras explicaciones fueron claras y vuestra amabilidad y dedicación a los alumnos verdaderamente exquisitas. Salí con la sensación de que podría incorporar en las milongas lo que había aprendido y de que el curso me serviría realmente para mejorar mi estilo, sensación que no he tenido muchas otras veces.

En la milonga de la noche hicisteis la exhibición de rigor… y me emocioné. He visto muchas exhibiciones y en la mayor parte de ellas he disfrutado: es una gozada ver a profesionales dando lo mejor de sí mismos a la hora de interpretar esos tangos que la mayoría de nosotros interpreta de manera sencilla y, en ocasiones, torpe.

Pero no recuerdo nada parecido a la emoción que sentí al veros bailar a vosotros. Elegisteis un tango poco habitual de Aníbal Troilo, cantado por Alberto Marino. Os movíais por la pista con toda suavidad, con una increíble elegancia de movimientos, perfectamente acoplados con la música. Estabais haciendo una exhibición, obviamente, pero bailabais tan concentrados en lo que hacíais que parecía que bailabais para vosotros solos. Al terminar el tango él te dio un beso en la frente y me pareció un gesto espontáneo y sincero, nada teatral.

Se reanudó la milonga. La musicalizadora atacó con una tanda instrumental de Biagi, vibrante e irresistible; la pista se llenó antes de que mediara el primer tango. A mí me encanta Biagi, pero no pude moverme de la silla; estaba tan emocionado, tan impregnado de vuestra emotiva interpretación que no pude bailar. Al acabar la tanda los amigos volvieron a la mesa, me preguntaron por qué no había bailado una música tan buena y les expliqué la razón. Como en el curso estuvimos pocas parejas, se había creado un ambiente de confianza con vosotros y alguien de mi grupo (según supe más tarde) fue a deciros que yo me había emocionado al veros bailar en la exhibición.

Más tarde sonó un tango de Tanturi. No había recuperado del todo las ganas de bailar y miraba distraídamente la pista, que se iba llenando de parejas; pero al pasar la vista por vuestra mesa vi que me estabas mirando; me costó tiempo (no sé si segundos o décimas o milésimas, pero tengo conciencia de que fue mucho, incluso de que pudo haber sido demasiado) darme cuenta de que mirándome me estabas diciendo que te podía invitar a bailar; por fin reaccioné y cabeceé mirándote fijamente; me cabeceaste asintiendo y salté como un resorte para situarme en un instante junto a tu mesa; te levantaste y te reuniste conmigo en el borde  de la pista.

Bailé de la manera en que suelo hacerlo siempre, sin pretender estar a ninguna altura. Estaba seguro de que no bailabas conmigo por compromiso, sino porque te apetecía; al fin y al cabo la invitación había sido mutua. Para mí fue una tanda inolvidable: fui capaz de comunicarme bien contigo (siendo, como eres, una profesora, una excelente bailarina), puesto que me seguías y entendías mis propuestas; sentí que compartíamos sentimientos y emociones al interpretar la música. Y volví a emocionarme.

¿Cómo agradecerte la doble emoción que me hiciste sentir en esa mágica noche de tango?

 

miércoles, 23 de abril de 2014

UN TANGO ROMÁNTICO: Buscándote

Romántico, pero no sentimental ni, mucho menos, sensiblero. Es un tango que habla de la búsqueda trágica de un sueño (prácticamente) imposible, de un ideal (probablemente) inalcanzable.

BUSCÁNDOTE

Música y letra: Eduardo Scalise

Vagar
con el cansancio de mi eterno andar,
tristeza amarga de la soledad,
ansias enormes de llegar.

Sabrás
que por la vida fui buscándote,
que mis ensueños sin querer rompí
y en algún cruce los dejé.

Mi andar apresuré
con la esperanza de encontrarte a ti,
largos caminos hilvané,
leguas y leguas recorrí.

Después
que entre tus brazos pueda descansar,
si lo prefieres volveré a marchar
por mi camino de ayer.

Puede escucharse una versión del tango aquí:
Se trata de la interpretación de Ricardo Ruiz, con la orquesta de Osvaldo Fresedo, grabada hacia 1940.


COMENTARIO

El texto está concebido como un diálogo entre el poeta y una segunda persona. Teniendo en cuenta que el autor y el intérprete son hombres, lógicamente pensamos que esa persona es una mujer, aunque no tiene por qué serlo; en todo caso, se trataría de una desconocida, más aún, de una mujer cuya existencia no puede darse por segura. ¿Por qué no un ideal, un sueño? En ese caso, el diálogo sería en realidad un monólogo, una especie de balance vital que hace el poeta consigo mismo.

La primera estrofa refleja certeramente una manera trágica, muy romántica, de entender la vida: un eterno andar, un camino siempre abierto, que se recorre en solitario. El romanticismo, al exaltar al individuo sobre todas las cosas, nos mostró nuestra propia grandeza: nos hizo ver que nuestro destino no está escrito desde fuera, sino que lo escribimos nosotros mismos, que somos libres de elegir nuestro propio camino. Pero, por eso mismo, nos sentimos radicalmente solos: todo individuo está nítidamente separado de los demás, no se confunde con nadie; ni siquiera puede fundirse con otro individuo, salvo de manera provisional: gozosamente en el abrazo del amor, grotescamente en la alienación colectiva de las demostraciones de masas. Esa conciencia de la soledad puede (suele) producir una tristeza amarga y el continuo vagar de la vida cansa. De ahí las ansias de llegar. Pero ¿a dónde, si la vida es un camino abierto?

La segunda estrofa insiste en la misma idea, pero recurriendo a otra metáfora: la vida es una búsqueda, una exploración continua; recorremos caminos porque buscamos algo. Cuando somos jóvenes, esa búsqueda se orienta a un sueño, a un ideal, que se presenta poco claro, velado por el manto translúcido de la ensoñación, de la misma manera que en la mañana el paisaje aparece velado por la neblina. Pero ese manto de ensueños se va rasgando y haciendo jirones en los cruces de caminos, en esos momentos cruciales en los que nuestro ideal choca frontalmente con la realidad.

¿Qué ocurre entonces? La tercera estrofa nos dice que seguimos caminando, porque sigue viva la esperanza de llegar a la meta. Se ha roto el ensueño, pero no el ideal y para alcanzarlo se acelera el paso. Los dos primeros versos expresan esa dolorosa vivencia que trae consigo la madurez: cada vez queda menos tiempo. Lo bueno es que, al haberse roto el ensueño, todo ha quedado más claro y, por tanto, parece estar más al alcance de la mano, como el paisaje al mediodía, cuando la neblina matinal se ha disipado por completo.
 
En el comienzo de la última estrofa se sugiere que quizá se pueda llegar a la meta, alcanzar el ideal y descansar al fin; el uso del subjuntivo en el segundo verso indica que se trata de una mera posibilidad, de un deseo, pero que no hay seguridad plena de que eso ocurra. No obstante, el poeta ya ha descubierto que la realidad no tiene por qué coincidir con las propias proyecciones y conjetura que quizá, tras haber descansado, tenga que volver a ponerse en marcha, porque la vida es el camino.
 
Si interpretamos el texto como la búsqueda de una mujer (o un hombre) que nos salve de nuestra soledad, pero que no sabemos si en realidad existe, estamos trivializando el mensaje. No obstante, el poeta utiliza de forma clara y consciente la segunda persona: buscándote, encontrarte a ti, tus brazos. A un sueño, a un ideal no se le habla de tú. ¿Por qué esa personificación? Porque, en el fondo, el ideal que perseguimos a lo largo de toda la vida está en nosotros: queremos crecer y ser mejores, soñamos con ser nosotros mismos, buscamos la perfección. Pero todos estamos solos en ese anhelo y en esa búsqueda, porque nadie desde fuera nos puede decir cómo somos ni cómo debemos ser nosotros mismos. Por eso el poeta con quien habla en realidad es consigo mismo y de ahí la familiaridad del tuteo.

 

lunes, 21 de enero de 2013

CARTA A UNA MILONGUERA PRINCIPIANTE


Querida milonguera:

En la asociación de Amigos del Tango El Garage normalmente los principiantes se sienten bien acogidos. Son muchos los socios veteranos (hombres y mujeres) que los invitan a bailar y aceptan ser invitados por ellos. Se podría decir que es una cuestión de justicia: hacemos lo mismo que otros hicieron con nosotros, sin cuya ayuda no habríamos aprendido a bailar como lo hacemos ahora. Pero yo añadiría que se trata también de una cuestión de interés: a lo largo de mis años de bailarín he compartido muchas tandas con bailarinas principiantes y bastantes de ellas han sido experiencias poco gratas (algo escribí sobre esto en la entrada del 20 de mayo de 2011); pero muchas de esas principiantes son ahora excelentes bailarinas con las que coincido en las milongas y con las que bailo habitualmente, experimentando hermosas sensaciones (algunas las he contado en las entradas del 31 de julio de 2010, 15 de septiembre de 2010 y 10 de mayo de 2012).

Cuando apareciste por las milongas de la asociación tenías casi todos los defectos de las principiantes: abrazabas con distancia, ligeramente inclinada hacia atrás; tu brazo derecho, rígido, ponía en tensión mi brazo izquierdo, presionando tu mano sobre la mía hacia abajo y hacia atrás; retrocedías con paso muy corto, sin dejar espacio para caminar. Todo muy comprensible: no estamos acostumbrados a caminar hacia atrás (y eso es lo que os toca hacer a vosotras) ni a abrazarnos a personas que acabamos de conocer (“distancias y respetos” aconseja una máxima de la sabiduría popular). Pero, mal abrazado, el brazo tensionado y con poco espacio, no es fácil bailar ni llevar a la compañera de baile, porque no funcionan bien los engranajes de transmisión del movimiento; hay que esforzarse para hacerse entender y no siempre se consigue. Otro defecto de las bailarinas principiantes, que también tenías tú, es que cuando no entienden bien qué les está sugiriendo el compañero de baile se ponen muy nerviosas y empiezan a hacer movimientos improvisados o compulsivos, probablemente con la esperanza de acertar en uno de ellos, lo cual es imposible. Te notaba tanto nerviosismo y tanta tensión al bailar que pensé que no podrías soportarlo e ibas a dejarlo enseguida.

Pero ha pasado el tiempo y tu forma de bailar ha cambiado sensiblemente; se te nota más relajada y más segura de ti misma; también más receptiva. Ha mejorado tu técnica (la postura, la forma de moverte) y tus reflejos. Me alegro por mí, porque ahora bailar contigo es mucho más agradable. Pero sobre todo me alegro por ti: diría que ya has empezado a disfrutar con el tango y, además, apostaría a que te sientes mejor contigo misma; eso ayuda a vivir más feliz y a afrontar mejor los retos que la vida nos plantea. No lo dejes.

jueves, 10 de mayo de 2012

CARTA A UNA PRECIADA MILONGUERA QUE ME SIGUE BIEN

“¡Qué bien llevas!”, me dijiste.
Tal como vivo el tango, es el mayor elogio que se puede hacer a un milonguero. Siempre, desde que nos iniciamos en el tango, los profesores y los milongueros ya iniciados nos han dicho que es el hombre quien “lleva”, es decir, quien asume la iniciativa y propone los movimientos, mientras que la mujer responde a esa iniciativa, siguiendo lo que se le propone. Siempre he pensado que vuestro rol en el tango no es nada fácil: imagino que tenéis que poner mucha atención y tener mucha sensibilidad y buenos reflejos para responder a las propuestas de los hombres con los que bailáis, cada uno de los cuales tiene su propio estilo. Supongo que a una bailarina sensible la música que está escuchando le sugiere determinados movimientos, pero tiene que esperar la propuesta del hombre y responder a ella, interpretando con su cuerpo la música de una manera probablemente distinta a como ella la interpreta en su interior o la interpretaría si bailara sola o si fuera ella quien “llevara”. Aunque puede que esté suponiendo demasiado y esto no sea más que una proyección de mi manera de sentir, cuando en realidad las mujeres sentís de otra manera.
Interpreto lo que me dijiste como “¡Qué bien me siento cuando me llevas!” o “Me gusta dejarme llevar por ti”. Entiendo por ello que mis iniciativas coinciden con tus expectativas y que te resulta agradable y natural responder a mis propuestas.
Con esas tres palabras has hecho que me sienta un milonguero de primera: una mujer me dice que disfruta dejándose llevar por mí. ¿Qué cosa más halagadora podría uno escuchar? No se me ocurre mejor agradecimiento que esta carta y, por supuesto, “llevarte” en todas las milongas en que coincidamos.

sábado, 7 de abril de 2012

UN TANGO SOBRE EL ABANDONO COMO CASTIGO: Veinticuatro de Agosto

Ahora que en el hemisferio Norte se aproxima el tiempo de las cerezas, puedo afirmar que las letras que comento en el blog son como las cerezas de un cestillo: selecciono una, pero enredada con ella vienen otras. El tango ¡Victoria! mostraba a un hombre abandonado por su mujer, que vuelve a ser feliz recuperando la vida de soltero (véase la entrada del 9 de enero de 2011). Poco después me llamó la atención otro tango que venía a expresar justamente lo contrario: Veinticuatro de Agosto. Ésta es su letra:

VEINTICUATRO DE AGOSTO

Música: Pedro Laurenz
Letra: Homero Manzi

Veinticuatro de agosto... Ya hace un año
que no falto ni una noche del café
y que salgo después con los muchachos
a bailar, a tomar y a no sé qué...
Un año que no toco una herramienta,
y que hablo con la vieja cada mes,
que despierto en las horas de la siesta
y me acuesto con el pito de las seis.

Al lado de su amor era otra vida,
otra vida, más llena de ilusión:
placer de trabajar y estar cortado
del café, de la esquina, del salón.
Al lado de su amor era más lindo:
la camisa planchada al almidón,
el saco (1) cepillado en los domingos
y una rosa tapando el corazón.

Veinticuatro de agosto… y en un año
¡cómo cambia la existencia sin querer!
Sin ninguna razón alcé la mano
y después por culpable la lloré.
Mi vida no es la misma. Todo es triste,
es tan triste que no quiero ni pensar.
Hace un año, hace un año que te fuiste,
pero inútil, te recuerdo mucho más.

(1) Saco: Chaqueta, americana.

Puede escucharse una versión del tango en el siguiente enlace

En esa versión el tango está interpretado por Alberto Podestá, con la orquesta del propio autor de la música, Pedro Laurenz. La versión es de 1943 y no creo que sea muy posterior a la fecha de composición, que desconozco.


COMENTARIO

Me encanta la orquesta de Pedro Laurenz y Alberto Podestá es uno de mis cantantes preferidos; me gustó este tango cuando lo escuché por primera vez. Busqué la letra y me llevé la sorpresa de la estrofa final, que no aparece en la versión cantada y que le da otro sentido.

El tango comienza con la fecha que da título al tango: veinticuatro de agosto. Los aficionados a las efemérides podrán encontrar alguna correspondiente a ese día, pero no creo que el autor tuviera pretensiones historicistas; más simplemente, evoca el primer aniversario de algo que quedó grabado a fuego en el corazón del protagonista, un acontecimiento de su biografía personal que nos va desvelando poco a poco, en un crescendo dramático, que sólo consiguen los buenos poetas, como Homero Manzi. De entrada nos da una pista: es un día de invierno en el hemisferio austral, por lo que podemos intuir que se trata de algo que nos va a dejar helados o que nos va a hablar del frío del corazón.

En la primera estrofa el protagonista nos describe con cuatro trazos el tipo de vida que ha llevado el último año, es decir, desde que se produjo el acontecimiento: una vida disipada, por utilizar un término convencional; nada de trabajar, visitas esporádicas a la madre, bailar, beber, salir con los amigos, acostarse de madrugada y levantarse después del mediodía. Disipada, pero a la vez ordenada y metódica, porque no falta ni una noche del café y se acuesta y levanta a hora fija. Sólo hay una imprecisión calculada: ese no sé qué con que completa la relación de sus ocupaciones. Sí que lo sabe, pero naturalmente no nos lo quiere decir: dejar de trabajar y seguir gastando es imposible, de alguna parte ha de salir el dinero; seguramente de actividades más o menos delictivas (salvo que se lo pida a su madre y ése sea el motivo de sus visitas mensuales).

En la segunda estrofa el protagonista confiesa que le gustaba más la vida que llevaba antes, cuando tenía el amor de una mujer. Habla del placer de trabajar, en vez de frecuentar el café, el salón de baile o la esquina donde ahora se encuentra con los amigos. No es que el trabajo le resulte placentero en sí mismo (de ser así seguramente no lo habría dejado); más bien se trata de la ilusión de trabajar para ella, para compartir con ella una vida digna y disfrutar de esos detalles rutinarios que contribuyen a anudar una relación amorosa, detalles que resume en la camisa planchada y la chaqueta cepillada, con una flor en el ojal.

La tercera estrofa, ésa que Pedro Laurenz no quiso grabar, nos desvela por qué ese hombre ha perdido el amor de la mujer a la que con tanta ilusión dedicaba su trabajo y por qué ahora lleva una vida disipada que no le llena. “Sin ninguna razón alcé la mano”, confiesa, declarándose culpable, sin atenuantes. El castigo es que ella lo ha abandonado, dejándolo sumido en una profunda tristeza que todo lo invade.

En Malena Homero Manzi denuncia, como de pasada, el abandono de los niños de la calle (véase la entrada del 11 de agosto de 2010); en Veinticuatro de Agosto denuncia, de forma más directa, la violencia de género (o doméstica o machista; cualquiera de estas etiquetas convienen a este tango). Y al abordarla tiene el acierto de realzar lo que hay de más positivo en medio de la injusticia: por una parte, el arrepentimiento de él, que hay que apreciar; por otra parte, la intransigencia radical de ella (lo abandona de inmediato), que hay que aplaudir.