viernes, 1 de abril de 2011

EL TANGO Y EL DESEO

A propósito del tango bailado, Ramón Gómez de la Serna escribió: “Un inglés dijo que era una declaración de amor hecha con los pies y alguien más lenguaraz que era hacer bailando lo que los demás hacen acostados” (1). Muchas personas ajenas al tango, cuando lo ven bailar, piensan que entre el bailarín y la bailarina hay una relación erótica; en la vida cotidiana, exceptuadas las relaciones de pareja, el abrazo entre hombres y mujeres es poco habitual: una manera afectuosa de felicitar o consolar a un amigo o pariente del otro sexo cuando se ha producido un acontecimiento especial o cuando se le reencuentra después de cierto tiempo; pero estos abrazos apenas duran unos segundos, mientras que, cuando bailan, el hombre y la mujer se mantienen abrazados los tres minutos que viene a durar un tango.
¿Tiene el tango un componente erótico? En otras palabras, ¿se siente deseo por la compañera o compañero de baile cuando se está bailando? (2)
La pregunta parece incómoda. Recientemente, en una cena de amigos milongueros, un hombre, sin que nadie le preguntara, vino a confesar que sí, de una forma indirecta y un tanto velada, provocando con ello el enfado directo y manifiesto de su mujer. Cuando se les pregunta sobre esto los milongueros suelen decir que bastante tienen con seguir la música, marcar los movimientos a la compañera y moverse por el salón sin perder de vista a los demás bailarines para no tropezar con ninguna otra pareja. Yo creo que tienen razón, pero sólo en parte; un principiante evidentemente tiene que hacer un gran esfuerzo de concentración en la música, en la comunicación con su pareja y en la circulación por la pista. Pero en el caso de un bailarín experimentado la respuesta suena un poco a evasiva: ¿acaso un conductor veterano no puede mantener una conversación o disfrutar de la música a la vez que está atento al cambio de marchas de su coche, a las señales de tráfico y a los desplazamientos de los vehículos que circulan por la misma vía? La experiencia, tanto en la conducción como en la danza, crea unos ciertos automatismos que permiten disfrutar relajadamente del viaje, en el primer caso, y del baile, en el segundo.
Mi respuesta, sin evasivas, es que el deseo está presente en el tango, de la misma manera que lo está en cualquier parcela de la vida. Pero no es omnipresente: suele aparecer por sorpresa, cuando menos se espera e incluso con quien menos se espera.
Es habitual en las milongas ver a hombres de todas las edades afanándose por invitar a bailar a mujeres jóvenes y atractivas; pero el deseo que su contemplación quizá provoca se disipa con los primeros compases si no bailan bien y la tanda se convierte en una experiencia poco gratificante. Por otra parte, el hecho de bailar muy a gusto con una mujer, incluso rozando la perfección, no significa que se sienta deseo por ella, aunque puede ocurrir. A veces el deseo es provocado por un simple gesto en mitad del baile, como, por ejemplo, un acomodo de la posición del abrazo o un roce en la mejilla.
Por otra parte, la irrupción del deseo no significa que uno se va a entregar en cuerpo y alma a la tarea de compartir cama con la mujer con la que se comparte la tanda. El deseo es una manifestación de energía vital y constituye una experiencia positiva en sí misma; no hay por qué ir más allá. Eso sí, todos hemos visto a milongueros y milongueras que empiezan siendo parejas ocasionales de baile y terminan compartiendo cama y vida. En estos casos el deseo que surgió quizá bailando, quizá en otra situación, sí que los empujó más allá.

(1) Ramón Gómez de la Serna: Interpretación del tango. Madrid, Ediciones de la Tierra, 2001, página 50. Rafael Flores dice en el prólogo que este ensayo fue escrito en 1949.
(2) Excluyendo, obviamente, los casos en que los compañeros de baile mantienen una relación de pareja entre sí.