Querida profesora:
Tengo observado que en las milongas con exhibición programadas en el contexto de los cursos de tango impartidos por parejas de profesores visitantes, siempre hay alumnos (y no alumnos) que invitan a bailar a las profesoras. Trato de ponerme en vuestro lugar: os desplazáis unos pocos días a una ciudad que no es la vuestra, os alojáis en un hotel que no es vuestra casa, os pasáis varias horas trabajando, dando clase, y hacéis una exhibición de 15-20 minutos en los que os empleáis a fondo, física y mentalmente. Y después de todo eso, cuando lo que seguramente os apetece es iros a descansar, se presenta delante de vuestra mesa un aficionado, que baila mucho peor que vuestro compañero, y os invita a bailar una tanda; no creo que para vosotras, hablando en general (siempre habrá excepciones), sea una experiencia muy apetecible. Raras veces he pretendido bailar con una profesora; además de ponerme en vuestro lugar, siempre he tenido temor de no estar a la altura.
Tengo observado que en las milongas con exhibición programadas en el contexto de los cursos de tango impartidos por parejas de profesores visitantes, siempre hay alumnos (y no alumnos) que invitan a bailar a las profesoras. Trato de ponerme en vuestro lugar: os desplazáis unos pocos días a una ciudad que no es la vuestra, os alojáis en un hotel que no es vuestra casa, os pasáis varias horas trabajando, dando clase, y hacéis una exhibición de 15-20 minutos en los que os empleáis a fondo, física y mentalmente. Y después de todo eso, cuando lo que seguramente os apetece es iros a descansar, se presenta delante de vuestra mesa un aficionado, que baila mucho peor que vuestro compañero, y os invita a bailar una tanda; no creo que para vosotras, hablando en general (siempre habrá excepciones), sea una experiencia muy apetecible. Raras veces he pretendido bailar con una profesora; además de ponerme en vuestro lugar, siempre he tenido temor de no estar a la altura.
Me gustó mucho el curso de tango que disteis, con la
musicalidad como punto central. Vuestras explicaciones fueron claras y vuestra
amabilidad y dedicación a los alumnos verdaderamente exquisitas. Salí con la
sensación de que podría incorporar en las milongas lo que había aprendido y de que
el curso me serviría realmente para mejorar mi estilo, sensación que no he tenido muchas otras veces.
En la milonga de la noche hicisteis la exhibición de rigor… y
me emocioné. He visto muchas exhibiciones y en la mayor parte de ellas he
disfrutado: es una gozada ver a profesionales dando lo mejor de sí mismos a la
hora de interpretar esos tangos que la mayoría de nosotros interpreta de manera
sencilla y, en ocasiones, torpe.
Pero no recuerdo nada parecido a la emoción que sentí al veros
bailar a vosotros. Elegisteis un tango poco habitual de Aníbal Troilo, cantado
por Alberto Marino. Os movíais por la pista con toda suavidad, con una
increíble elegancia de movimientos, perfectamente acoplados con la música. Estabais
haciendo una exhibición, obviamente, pero bailabais tan concentrados en lo que
hacíais que parecía que bailabais para vosotros solos. Al terminar el tango él
te dio un beso en la frente y me pareció un gesto espontáneo y sincero, nada
teatral.
Se reanudó la milonga. La musicalizadora atacó con una tanda
instrumental de Biagi, vibrante e irresistible; la pista se llenó antes de que
mediara el primer tango. A mí me encanta Biagi, pero no pude moverme de la
silla; estaba tan emocionado, tan impregnado de vuestra emotiva interpretación
que no pude bailar. Al acabar la tanda los amigos volvieron a la mesa, me
preguntaron por qué no había bailado una música tan buena y les expliqué la
razón. Como en el curso estuvimos pocas parejas, se había creado un ambiente de
confianza con vosotros y alguien de mi grupo (según supe más tarde) fue a
deciros que yo me había emocionado al veros bailar en la exhibición.
Más tarde sonó un tango de Tanturi. No había recuperado del
todo las ganas de bailar y miraba distraídamente la pista, que se iba
llenando de parejas; pero al pasar la vista por vuestra mesa vi que me estabas
mirando; me costó tiempo (no sé si segundos o décimas o milésimas, pero tengo
conciencia de que fue mucho, incluso de que pudo haber sido demasiado) darme
cuenta de que mirándome me estabas diciendo que te podía invitar a bailar; por
fin reaccioné y cabeceé mirándote fijamente; me cabeceaste asintiendo y salté
como un resorte para situarme en un instante junto a tu mesa; te levantaste y te
reuniste conmigo en el borde de la
pista.
Bailé de la manera en que suelo hacerlo siempre, sin
pretender estar a ninguna altura. Estaba seguro de que no bailabas conmigo por
compromiso, sino porque te apetecía; al fin y al cabo la invitación había sido
mutua. Para mí fue una tanda inolvidable: fui capaz de comunicarme bien contigo
(siendo, como eres, una profesora, una excelente bailarina), puesto que me seguías y entendías mis propuestas;
sentí que compartíamos sentimientos y emociones al interpretar la música. Y
volví a emocionarme.
¿Cómo agradecerte la doble emoción que me hiciste sentir en
esa mágica noche de tango?